
Siempre he considerado muy importante el poder de la humildad y, hasta la semana pasada, pensaba que esto era compartido por todo el mundo, pero durante una clase uno de los alumnos mostró su disconformidad sobre el asunto alegando que quien es humilde no puede tener la autoestima alta que le acompañe al logro de grandes metas, ya que ambas, humildad y autoestima alta, se contradicen.
Dándole vueltas a lo largo de estos días me doy cuenta de la necesidad de profundizar y hablar de la humildad en una sociedad en la que no se potencia este valor y no se le atribuye el especial efecto que tiene tanto en la superación de obstáculos como en la consecución y celebración de éxitos, ni se habla de lo mucho que suma en valores, emociones o comportamientos como la autoestima, la resolución de dudas, enfrentarse a la vergüenza, gestionar la frustración, aceptar el compromiso, y tantas otras.
Me interesa mucho la humildad, el valor que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y que las aprovecha para obrar en bien de los demás.
Creo que quien es humilde ante el fracaso, quien tiene, desde esa humildad, la capacidad de reconocer que ha hecho algo mal en lugar de culpar a otros, se pone en marcha para salir de ese fracaso, error o falta.
De la misma forma, quien es humilde ante el éxito, sabe cómo compartirlo con alegría, ilusión, generosidad y convierte ese éxito en útil a otras personas, alejándose de la soberbia en la puede caer al haber logrado esa gran victoria. Es decir justo lo contario al efecto que produce el éxito celebrado desde la vanidad y la arrogancia.
La humildad nos ayuda a valorar el trabajo y esfuerzo, a relativizar las virtudes propias; a reconoce nuestras limitaciones, a actuar con modestia y sencillez. Quien tiene un elevado sentido del respeto a los demás, escucha y tiene en cuenta sus opiniones.
Tan alineada está la humildad con la autoestima que el humilde es capaz de admitir sin avergonzarse por ello cuando no sabe algo, no teme a lo que pensarán los demás cuando se equivoca y no le preocupa ser juzgado, porque su elevada autoestima le ayuda a tener una percepción alta de sí mismo, lo que le ayuda a poder tomar decisiones importantes y arriesgadas frente a sí mismo y frente a los demás.