HUMILDAD y AUTOESTIMA

La semana pasada impartí un seminario en un master de una de las escuelas de negocio en las que soy docente. Este seminario está centrado en la superación del fracaso y de la incertidumbre y me encanta compartirlo en universidades y en empresas de todo tamaño, pues mi intención es que las personas que lo atienden puedan profundizar en la enorme posibilidad que tenemos, independientemente de nuestra edad y de nuestras obligaciones personales y profesionales, de superar fracasos, de crecer desde la incertidumbre y de lograr metas a pesar de la adversidad.

Durante el seminario comparto muchas reflexiones sobre la superación de situaciones adversas. Entre otras cosas me refiero, con gran interés a la importancia que tiene la humildad tanto en la gestión del fracaso, como en la celebración del éxito.

Siempre he considerado muy importante el poder de la humildad y hasta la semana pasada pensaba que esto era compartido por todo el mundo, pero durante esa clase uno de los alumnos mostró su disconformidad sobre el asunto alegando que quien es humilde no puede tener la autoestima alta que le acompañe al logro de grandes metas, ya que ambas, humildad y autoestima alta, se contradicen.

Dándole vueltas a lo largo de estos días me doy cuenta de la necesidad de profundizar y hablar de la humildad en una sociedad en la que no se potencia este valor y no se le atribuye el especial efecto que tiene tanto en la superación de obstáculos como en la consecución y celebración de éxitos, ni se habla de lo mucho que suma en valores, emociones o comportamientos como la autoestima, la resolución de dudas, enfrentarse a la vergüenza, gestionar la frustración, aceptar el compromiso, y tantas otras.

Cuando oímos la palabra humildad, nos podemos ir a tres significados distintos: La humildad como valor, La humildad como sumisión o la humildad como estado socioeconómico.

En el contexto al que hago referencia a este valor a mí me interesa la humildad como valor. Aquel valor que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y que las aprovecha para obrar en bien de los demás.

Siempre he pensado que quien es humilde ante el fracaso está dando el primer paso a superar ese fracaso. Quien tiene, desde esa humildad, la capacidad de reconocer que ha hecho algo mal en lugar de culpar a otros, se pone en marcha para salir de ese fracaso, error o falta.

De la misma forma, quien es humilde ante el éxito, sabe cómo compartirlo con alegría, ilusión, generosidad y convierte  ese éxito en útil a otras personas, alejándose de la soberbia en la puede caer al haber logrado esa gran victoria. Es decir justo lo contario al efecto que produce el éxito celebrado desde la vanidad y la arrogancia.

Una persona humilde no está por encima de nadie cuando logra un gran éxito que otros no alcanzan, no tiene aires de superioridad ni tiene la necesidad de recordar constantemente a los demás sus éxitos y logros, no se vanagloria de sus acciones, rechaza la ostentosidad y el orgullo, y prefiere ejercitar valores como la modestia, la sobriedad y la mesura.

Quien es humilde siempre valora el trabajo y esfuerzo; relativiza las virtudes propias; reconoce sus limitaciones, actúa con modestia y sencillez, tiene un elevado sentido del respeto a los demás,  escucha y tiene en cuenta distintas opiniones.

Fortalecer la autoestima desde la humildad es sin lugar a dudas una ventaja para aquellos que están dispuestos a lograr grandes metas y objetivos con éxito.

Tan alineada está la humildad con la autoestima que el humilde es capaz de admitir sin avergonzarse por ello cuando no sabe algo, no teme a lo que pensarán los demás cuando se equivoca y no le preocupa ser juzgado, porque su elevada autoestima le ayuda a tener una percepción alta de sí mismo, lo que le ayuda a poder tomar decisiones importantes y arriesgadas frente a sí mismo y frente a los demás.

Gracias.

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